Dios nuestro destino

Verán venir al Hijo del Hombre.

Al recitar el credo, los cristianos repetimos una y otra vez que Cristo “vendrá con gloria a juzgar vivos y muertos”. ¿Qué significa esta confesión que hacemos tantas veces de manera distraída y rutinaria?

Probablemente muchos pensarán enseguida en un proceso judicial o discriminación última que decidirá la suerte final de los hombres en base a su comportamiento moral en esta vida.

Pero el juicio final que esperamos los creyentes entraña algo más que la suerte última de cada individuo.
Con fe humilde pero firme los cristianos proclamamos que Jesucristo es el destino último del mundo y de la humanidad.

Para nosotros, el hombre no es, como piensa J. Rostand ese “átomo irrisorio, perdido en un cosmos inerte y desmesurado, que sabe que su febril actividad no es más que un pequeño fenómeno local, efímero, sin significación y sin sentido”. Ni tampoco, como imagina J. Monod ”el producto de la más ciega y absoluta casualidad”.

Nosotros creemos que en la raíz de la existencia no reina la soledad, la crueldad o el caos, sino el misterio de un Dios que se nos ha revelado en Cristo como destino final de la humanidad.

Es cierto que la historia de los hombres está teñida de dramática ambigüedad y la existencia se nos presenta muchas veces como una maraña de contradicciones e incoherencias absurdas difícil de descifrar.

Pero nosotros creemos que “las palabras de Cristo no pasarán». Un día se desvelará el sentido profundo de todo, las cosas quedarán en su sitio verdadero, se revelará el valor último del amor y se hará justicia a todos los vencidos, los humillados, los ofendidos, los pequeños, los olvidados y marginados.

Ese será el verdadero juicio final que aclarará todas las ambigüedades y «justificará» todos los esfuerzos por caminar hacia una humanidad siempre mejor.

El juicio que dejará en evidencia todos esos otros juicios con los que tantas veces los vencedores pretenden enjuiciar la historia anterior y condenar a los que los han precedido.

Se terminarán entonces todos nuestros interrogantes y preguntas. Y descubriremos de dónde proviene esa voz que se hace oír ya en el interior de la vida y del mundo llamándonos hacia Dios.

Entonces experimentaremos de alguna manera esa visión tan misteriosa y consoladora de la gran mística Juliana de Norwich: “Y todo estará bien; y todo estará bien; toda clase de cosas estará bien».