Su corazón está lejos de mí

Por mucho que se habla de secularización y pérdida de fe, la gente sigue siendo, en general, bastante religiosa. Seguramente, mucho más religiosa de lo que se piensa. Basta observar cómo siguen bautizando a sus hijos, enterrando a sus muertos o, incluso, celebrando sus bodas.
No es fácil saber por qué. Pero el hecho está ahí. La fuerza de la costumbre es grande. Los convencionalismos sociales se imponen. Y, por otra parte, se busca de alguna manera estar a bien con Dios y contar con su protección divina.

Pero, de hecho, estas celebraciones no son, muchas veces, un encuentro sincero con Dios. Muchas bodas, bautizos y primeras comuniones quedan reducidos a una reunión de carácter social, un acto impuesto por la costumbre o un rito que se hace sin comprender muy bien lo que significa y sin que, por supuesto, implique compromiso alguno para la vida.

Y cuando en la comunidad cristiana se dan orientaciones para celebrar la liturgia con más verdad o cuando el sacerdote trata de ayudar a vivir la celebración de manera más responsable, se le pide que no moleste demasiado, que termine cuanto antes su predicación y que siga administrando los sacramentos como se ha hecho toda la vida.

Lo que realmente importa es el vestido de la niña, la foto de los novios, las flores del altar o el reportaje de vídeo de la ceremonia. Que todo salga «muy bonito y emocionante».

Sería necesario repetir en medio de estas celebraciones las palabras de Isaías, citadas por Jesús para criticar tantos ritos y ceremonias celebrados de manera rutinaria y vacía en la sociedad judía: «Así dice Yahvé. Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío».

En estas celebraciones hay cantos y música, se cumplen fielmente los ritos, se observan las normas de las ceremonias, pero cuando se honra a Dios con los labios, ¿dónde está el corazón? Este culto lleno de convencionalismo e intereses diversos, ¿no está demasiado vacío de Dios?
El culto agrada a Dios cuando se produce un verdadero encuentro con Él, cuando se experimenta con alegría y gozo su amor salvador y cuando se escucha una llamada a vivir una vida más fiel al evangelio de Cristo.

Está bien preparar los detalles de la boda o la primera comunión. Es bueno cuidar la reunión festiva de la familia, pero si se quiere celebrar algo desde la fe, lo primero es preparar el corazón para el encuentro con Dios. Sin ese encuentro sincero con El, todo queda reducido a culto vacío donde, como diría Jesús, se deja de lado a Dios para aferrarse a tradiciones de hombres.