¿A quien acudir?

Escuchadlo.

Uno de los datos más importantes del hombre contemporáneo es lo que los expertos llaman «pérdida de referentes».

Todos lo podemos comprobar: la religión va perdiendo fuerza en las conciencias; se va diluyendo la moral tradicional; ya no se sabe a ciencia cierta quién puede poseer las claves que orienten la existencia.

Bastantes educadores no saben qué decir ni en nombre de quién hablar a sus alumnos acerca de la vida. Los padres no saben qué «herencia espiritual» dejar a sus hijos. La cultura se va transformando en modas sucesivas. Los valores del pasado interesan menos que la información de lo inmediato.

Son muchos los que no saben muy bien dónde fundamentar su vida ni a quién acudir para orientarla. No se sabe dónde encontrar los criterios que puedan regir la manera de vivir, pensar, trabajar, amar o morir. Todo queda sometido al cambio constante de las modas o de los gustos del momento.

Es fácil constatar ya algunas consecuencias. Si no hay a quién acudir, cada uno ha de defenderse como pueda y construir a solas su existencia. Algunos viven con una «personalidad prestada» alimentándose de la cultura de la información. Hay quienes buscan algún sucedáneo en las sectas o adentrándose en el mundo seductor de lo «virtual». Por otra parte, son cada vez más los que viven perdidos y como indefensos ante la existencia. No tienen meta ni proyecto. Pronto se convierten en presa fácil de cualquiera que pueda cubrir sus deseos inmediatos.

Necesitamos reaccionar. Vivir con un corazón más atento a la verdad última de la vida; detenernos para escuchar las necesidades más hondas de nuestro ser; sintonizar con nuestro verdadero yo. Tal vez entonces se despierte en nosotros la necesidad de escuchar un mensaje diferente. Tal vez entonces hagamos un espacio mayor a Dios.

La escena evangélica de Lucas recobra un hondo sentido en nuestros tiempos. Según el relato, los discípulos «se asustan» al quedar cubiertos por una nube. Se sienten solos y perdidos. En medio de la nube escuchan una voz que le dice: «Éste es mi Hijo, el escogido. Escuchadlo». Es difícil vivir sin escuchar una voz que ponga luz y esperanza en nuestro corazón.