Cumplir años: la vida no se pierde

Cumplir algo más de los cincuenta años puede ser una buena ocasión para detenerse a meditar.

Tal vez, lo primero sea aceptar que vamos entrando en el declive de la vida. Las fuerzas ya no nos responden como en otros tiempos. Nuestra capacidad de trabajo, nuestra vitalidad y salud comienzan a resentirse. Uno sabe que algo irrecuperable se va perdiendo.

Por otra parte, los años nos han ido descubriendo nuestras posibilidades y limitaciones y nos ayudan a ver ahora la existencia con más realismo y verdad.

Puede ser el momento de aceptar humildemente nuestra caducidad y decir a Dios con el salmista: “Me concediste un palmo de vida.., el hombre no dura más que un soplo y pasa como una sombra” (Salmo 38).

Sí. Nuestra vida va pasando rápidamente. Hemos rebasado ampliamente la mitad de nuestro caminar. ¿Qué nos espera en adelante? ¿El desmoronamiento y deterioro? ¿La madurez y plenitud final?

Para el creyente éste puede ser el momento de la sabiduría y la confianza total: «Señor, dame a conocer la medida de mis años, para que comprenda lo caduco que soy… Y ahora, Señor, ¿qué me aguarda? Tú eres mi confianza” (Salmo 38).

Tal vez, sólo ahora comenzamos a percibir que nuestra trayectoria por la vida encierra un sentido más profundo que todo lo que hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de los años.

Lo importante ha sido, es y será el amor de ese Dios que dirige nuestra vida y la cuida desde dentro. Sólo en torno a su gracia se va tejiendo nuestra verdadera existencia.

Más allá del desgaste, está la confianza y el abandono incondicional en sus manos. Más allá de todo lo que vamos perdiendo en el camino, está la fe en la promesa de Jesús: “El que pierda su vida por mí la encontrará”.

Es la hora de seguir caminando con paz. Sin ingenuidades engañosas ni fáciles arrebatos. Sin prisas ni protagonismos. Con una comprensión creciente hacia todo y con mucha compasión. Paso a paso, dejando que Dios nos vaya madurando desde el interior de la vida ordinaria de cada día.

Cumplir así los años no es sentir que la vida se escapa. Es ahora cuando la vida puede ir creciendo más libremente hacia su plenitud. Cada experiencia dulce o amarga, cada logro grande o pequeño, cada pecado notable o mediocre, va ocupando su verdadero lugar. En el horizonte y al final de todo: la ternura y el amor insondable de Dios.