Domingo de Ramos: Lo crucificaron

Los expertos nos alertan sobre el nuevo «privatismo» que se extiende hoy por Europa. Triunfa el culto a lo virtual y se desvanece la capacidad de percibir la realidad doliente del entorno, no por falta de información, sino por sobreinformación. Cada vez son más los que se acostumbran a seguir el curso vertiginoso de los acontecimientos de forma distraída y «voyerista», encerrándose detrás de su televisor en su pequeño bienestar, ajenos a todo sufrimiento que no sea el suyo.

En esta Europa moderna es cada vez mayor la tentación de una religión de carácter estético y tranquilizador, una especie de «refugio» que salva del vacío existencial y libera de ciertos sufrimientos y miedos, pero «que ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón, ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella» (J.B. Metz).

De ahí la necesidad de «plantar» de nuevo en el centro del cristianismo europeo la Cruz, «memoria» conmovedora de un «Dios crucificado» y recuerdo permanente de todos los que sufren de manera inocente e injusta. El grito del Crucificado no es virtual. Introduce en nuestras vidas y en nuestra religión el dolor de todas las víctimas olvidadas y abandonadas a su suerte.

En este «Dios crucificado» está toda la grandeza y también la vulnerabilidad del cristianismo. Buda se encontró con el sufrimiento humano pero terminó refugiándose en su interioridad para vivir una «mística de ojos cerrados», atenta a su mundo interior. Jesús por el contrario, vive una «mística de ojos abiertos», atenta y responsable ante todo el que sufre.

Probablemente tiene razón el conocido teólogo alemán Juan Bautista Metz cuando se pregunta si no hay en el cristianismo actual demasiado canto y demasiado poco grito de los pobres, demasiado júbilo y poco duelo con los que sufren, demasiado consuelo y poca hambre de justicia para todos. En la Iglesia del Primer Mundo necesitamos levantar la mirada hacia el Crucificado para no olvidar a los que sufren, para no olvidar que los estamos olvidando.