XXII TO.: Exigencia y gratuidad


Uno de los rasgos más positivos de la sociedad actual es la sensibilidad ante los derechos de la persona. Los individuos conocen y exigen con firmeza sus derechos. Se siguen cometiendo abusos e injusticias múltiples, pero cada vez es más lúcida y firme la reacción social.

Esto que, sin duda, significa un notable progreso nos ha vuelto a todos mucho más propensos a la reivindicación. Hay personas que sólo saben exigir. Se fomenta el espíritu reivindicativo de tal forma que «exigir se convierte.., en una forma privilegiada de relacionarnos con los demás».

Los hijos exigen a sus padres y éstos a sus hijos. Los ciudadanos exigen a las autoridades y las autoridades exigen a la sociedad. Las empresas exigen a sus trabajadores y éstos a sus empresas. Los fieles exigen a la jerarquía eclesiástica y la jerarquía exige a los fieles. Corremos el riesgo de pensar que «exigir» es la forma más noble de vivir.

Sin duda, hay que saber exigir aquello a lo que tenemos derecho. Pero no es justo que olvidemos exigirnos también a nosotros mismos. Y, sobre todo, no es humano vivir tan obsesionados por exigir que nos olvidemos de dar. Sería un retroceso que el espíritu reivindicativo ahogara nuestra capacidad de ofrecer ayuda a quien la necesita más que nosotros.

No somos individuos aislados, luchando cada uno por lo suyo. Estamos vinculados unos a otros; formamos parte de la misma familia humana. La sensibilidad hacia nuestros derechos no nos ha de impedir escuchar el drama de los que sufren marginación y abandono. Es legítimo mirar por los propios intereses. Pero es empobrecedor quedar confinado en ellos.

Hemos de escuchar la interpelación evangélica: «Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. Y dichoso tú porque no pueden pagarte».  En la vida no todo es exigir o reivindicar derechos. También hay que saber dar, socorrer, ayudar sin esperar recompensa.

Se ha dicho que «los marginados de la sociedad y del Tercer Mundo han sido “redescubiertos” por la comunidad cristiana en los últimos quince alios». Es cierto. Se percibe una sensibilidad nueva, abnegada y creativa. Está creciendo el voluntariado. Hay cada vez más preocupación por los toxicómanos, los ancianos, los pueblos pobres de África y de América Latina.

Esta conciencia no es sólo fruto de un deseo de justicia. No se trata sólo de exigir los derechos de los indefensos. Es también dar y darse gratuitamente. Acercarse a sus necesidades, sentir su drama, ponerse a su servicio. Dichosos también hoy los que saben hacerlo sin esperar recompensa.