La fidelidad es posible

 

No es fácil hablar hoy de «fidelidad». La confusión es casi total. ¿Hemos de ser fieles a una patria, a una religión, a una ideología? ¿Debemos ser fieles a unos principios de valor eterno? ¿He de ser fiel a mi pasado cuando ya no me convence?

Las cosas se complican todavía más cuando se trata de la «fidelidad matrimonial». ¿Qué quiere decir fidelidad a un amor que ha desaparecido? Si el cónyuge ya no es el de antes, si ya no le amo o amo a otra persona, ¿qué es ser fiel?, ¿mantener las apariencias de un amor inexistente?, ¿sentirme libre para volver a amar a otra persona?, ¿he de ser fiel a la institución matrimonial o fiel a mí mismo y a la realidad?

Se suele atribuir esta crisis de la pareja al cambio de rol de la mujer y a su nuevo protagonismo sexual, a la disolución que se ha abierto entre sexo y fecundidad, al descubrimiento del erotismo fuera de la institución matrimonial o a factores semejantes. No deberíamos, sin embargo, olvidar otro dato fundamental: la sociedad moderna marcada por cambios pro fundos y acelerados está generando en las personas inestabilidad, deseo de vivir sólo el presente, miedo a todo compromiso de carácter duradero.

No son pocos los que sienten más o menos así: «¿Puedo yo ser fiel a mi compromiso a lo largo de los años si tanto mi pareja como yo vamos a ir cambiando, y va a cambiar también nuestra relación, nuestras ideas y sentimientos?»

La conclusión es lógica: «estaremos casados mientras las cosas nos vayan bien».

Lo primero es aclarar que la fidelidad siempre tiene sentido en relación al otro. No se trata de ser fiel a la institución matrimonial o al vínculo jurídico, sino a esa persona a la que ahora amo y prometo amar. Por otra parte, la fidelidad a esa persona amada ha de ser siempre «nueva» y «creativa» pues la pareja, efectivamente, va cambiando a lo largo de los años. El «amor muerto» o la convivencia soportada en el aburrimiento no es propiamente fidelidad. Esta se vive en cada momento de manera diferente, siempre abierta a situaciones nuevas.

Al afirmar que el hombre se unirá a la mujer y que «no serán ya dos, sino una sola carne», Jesús no está invitando a la pareja a soportar una institución jurídica o a vivir la mentira de un «amor muerto», sino a crecer juntos, a descubrirse siempre de forma nueva, a consolidar el amor cada vez con más realismo y más ternura. Está invitando a vivir las exigencias más hondas del amor humano.

Sin embargo, la fidelidad del hombre o la mujer será siempre frágil e incierta. Dios que ha creado el corazón humano lo sabe. Y Dios es siempre gracia, perdón y principio de vida renovada.