«No podéis servir a Dios y al dinero»

El concepto de progreso que tan familiar resulta al hombre moderno es de origen relativamente reciente y ha nacido de la voluntad de emancipación y del avance de las ciencias en los últimos siglos. En otras épocas se ha vivido con la idea de estar anclados en un «eterno retorno» e incluso con la mirada puesta con añoranza en una «edad de oro» ya pasada.

Hoy tenemos la conciencia de estar viviendo en constante progreso. Cada generación edifica sobre lo construido por las generaciones anteriores mejorando el pasado. Este progreso se toma como algo inexorable. Nada ni nadie podrá detenerlo. La Humanidad seguirá progresando indefinidamente hacia un futuro siempre mejor.

Naturalmente esta idea de un progreso irreversible es una creencia que no puede ser fundamentada científicamente. Se trata de una especie de «artículo de fe» o «dogma moderno» que se acepta casi de manera ciega y sin mayor sentido crítico. De hecho sus mayores defensores han utilizado más de una vez un lenguaje religioso. Se ha hablado de una «mística del progreso».

Sin embargo, es evidente que el ser humano sigue siendo libre para elegir el bien o el mal. Más aún, cuanto más poder tenga en sus manos, más capacidad tendrá para hacer el bien o el mal. Por otra parte, es evidente también que no en todo se progresa para bien. El bienestar de unos se construye, muchas veces, sobre el sufrimiento y la opresión de otros. Al progreso material no responde de forma automática un progreso en solidaridad, justicia y vida mejor para todos.

De ahí la necesidad de mantener siempre la lucidez necesaria y el sentido crítico. ¿De qué sirve un desarrollo material indefinido, si nos hace más egoístas e insolidarios y si atrofia en nosotros el sentido de la justicia o la búsqueda de la verdad? Son conocidas las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida?» (Mt 16, 26). Algunos comentaristas contemporáneos quieren ver en estas palabras una contestación penetrante de nuestra «civilización unidimensional» que no desarrolla el progreso del ser humano como tal en todas sus dimensiones ni crea mayor solidaridad y comunión entre los hombres. Alguien parafrasea así el dicho evangélico: «¿De qué sirve tener todo, si ya no se es nada?».

San Lucas nos recuerda en su evangelio el dicho rotundo de Jesús: «No podéis servir a Dios y al dinero.». Los creyentes están llamados a criticar todo progreso orientado al mayor bienestar de los fuertes pero cada vez más ajeno al sufrimiento de los débiles. No se puede servir a Dios, Padre de todos, y defender tal progreso, el de unos pocos.