Sentirse de nuevo vivos

Dio un salto y se acercó a Jesús.

Tener vida no significa necesariamente vivir. Para vivir es necesario amar la vida, liberarse día a día de la apatía, no hundirse en el sinsentido, no dejarse arrastrar por fuerzas negativas y destructoras.

Los hombres somos seres inacabados, llamados a renovarnos y crecer constantemente. Por eso, nuestra vida comienza a echarse a perder en el momento en que nos detenemos pensando que todo ha terminado para nosotros.

Hace unos años, el filósofo Roger Garaudy escribía que lo más terrible que le puede suceder a una persona es «sentirse acabado».

La civilización moderna nos abruma hoy con toda clase de recetas y técnicas para vivir mejor, estar siempre en forma y lograr un bienestar más seguro. Pero todos sabemos por experiencia que la vida no es algo que nos viene desde fuera. Cada uno hemos de descubrirla y alimentarla en lo más hondo de nosotros mismos.

Tal vez, lo primero es cuidar en nosotros el deseo de vivir. Es una equivocación pensar que todo se ha acabado y es inútil seguir luchando. Para cada uno de nosotros, la vida sólo termina en el momento en que decidimos dejar de vivir.

Otra equivocación es replegarse sobre uno mismo y encerrarse en los propios problemas. Sólo vive intensamente el que sabe interesarse por la vida de los demás. Quien se parapeta detrás de su egoísmo y permanece indiferente ante todo lo que no sean sus cosas, corre el riesgo de matar la vida. El amor renueva a las personas, el egoísmo las seca.

Es también importante «vivir hasta el fondo», no quedarnos en la corteza, reafirmar nuestras convicciones más profundas. Hay momentos en que, para sentimos de nuevo vivos, es necesario despertar nuestra fe en Dios, descubrir de nuevo nuestra alma, recuperar la oración.

El evangelista Marcos, al relatarnos la sanación de Bartimeo, lo describe con tres rasgos que caracterizan bien al «hombre acabado». Bartimeo es un hombre «ciego» al que le falta luz y orientación. Está «sentado», incapaz ya de dar más pasos. Se encuentra «al borde del camino», descaminado, sin una trayectoria en la vida.

El relato nos dirá que dentro de este hombre hay todavía una fe que le hace reaccionar. Bartimeo percibe que Cristo no está lejos y entonces pide a gritos su ayuda. Escucha su llamada, se pone en sus manos y le invoca confiado «Señor que vea».

A nadie se le puede convencer desde fuera para que crea. Para descubrir la verdad de la religión, cada uno tiene que experimentar que Cristo hace bien y que la fe ayuda a vivir de una manera más gozosa, más intensa y más joven.

Dichosos los que creen, no porque un día fueron bautizados, sino porque han descubierto por experiencia que la fe hace vivir.