XXXI T.O. No valen disculpas

 

No son pocos los que se han alejado de la fe escandalizados o decepcionados por la actuación de una Iglesia que, según ellos, no es fiel al evangelio, ni actúa en coherencia con lo que predica. También Jesús criticó con fuerza a los dirigentes religiosos: «No hacen lo que dicen». Sólo que Jesús no se quedó ahí. Siguió buscando y llamando a todos a una vida más digna y responsable ante Dios.

A lo largo de los años también yo he podido conocer, incluso de cerca, actuaciones de la Iglesia poco coherentes con el evangelio. A veces me han escandalizado, otras me han hecho daño, casi siempre me han llenado de pena. Hoy, sin embargo, comprendo mejor que nunca que la mediocridad de la Iglesia no justifica la mediocridad de mi fe.

La Iglesia tendrá que cambiar mucho, pero lo importante es que cada uno reavivemos nuestra fe, que aprendamos a creer de manera diferente, que no vivamos eludiendo a Dios, que sigamos con honestidad las llamadas de la propia conciencia, que cambie nuestra manera de mirar la vida, que descubramos lo esencial del evangelio y lo vivamos con gozo.

La Iglesia tendrá que superar sus inercias y miedos para encamar el evangelio en la sociedad moderna, pero cada uno hemos de descubrir que hoy se puede seguir a Cristo con más verdad que nunca, sin falsos apoyos sociales y sin rutinas religiosas. Cada uno ha de aprender a vivir de manera evangélica el trabajo y el erotismo, la actividad y el silencio, sin dejar se modelar por la sociedad y sin perder su identidad cristiana en la frivolidad moderna.

La Iglesia tendrá que revisar a fondo su fidelidad a Cristo, pero cada uno ha de verificar la calidad de su adhesión a él. Cada uno ha de apreciar y cuidar su fe en el Dios revelado en Jesús. El pecado y las miserias de la institución eclesial no me dispensan ni me desresponsabilizan de nada. La decisión de abrirme a Dios o de rechazarlo es sólo mía.

La Iglesia tendrá que despertar su confianza y liberarse de cobardías y recelos que le impiden contagiar esperanza en el mundo actual, pero cada uno es responsable de su alegría interior. Cada uno ha de alimentar su esperanza acudiendo a la verdadera fuente.