¿… Y nosotros qué echamos?

Ha echado todo lo que tenía para vivir.

En teoría, los pobres son para la Iglesia lo que fueron para Jesús: los preferidos, los primeros que han de atraer nuestra atención e interés. Pero es sólo en teoría porque de hecho no ocurre así. Y no es cuestión de ideas, sino de sensibilidad ante el sufrimiento de los débiles. En teoría, todo cristiano dirá que está de parte de los pobres. La cuestión es saber qué lugar ocupan realmente en la vida de la Iglesia y de los cristianos.

Es verdad —y hay que decirlo en voz alta— que en la Iglesia hay muchas, muchísimas personas, grupos, organismos, congregaciones, misioneros, voluntarios laicos que no sólo se preocupan de los pobres, sino que, impulsados por el mismo espíritu de Jesús, dedican su vida entera y hasta la arriesgan por defender la dignidad y los derechos de los más desvalidos, pero ¿cuál es nuestra actitud generalizada en las comunidades cristianas de Europa?

Mientras sólo se trata de aportar alguna ayuda o de dar un donativo, no hay problema especial. Las limosnas nos tranquilizan y permiten que sigamos viviendo con buena conciencia. Los pobres empiezan a inquietarnos cuando nos obligan a plantearnos qué nivel de vida nos podemos permitir sabiendo que cada día mueren de hambre en el mundo no menos de setenta mil personas.

Por lo general, no son tan visibles entre nosotros el hambre y la miseria. Aquí lo peor que lleva consigo la pobreza es la indignidad. En la práctica, los pobres de nuestra sociedad carecen de los derechos que tenemos los demás; no merecen el respeto que merece toda persona normal; no representan nada importante para la sociedad. Por eso, encontrarnos con ellos nos desazona. Estas personas desenmascaran nuestros grandes discursos sobre el progreso y ponen al descubierto la mezquindad de nuestra caridad. No nos dejan vivir con buena conciencia.

El episodio evangélico en el que Jesús alaba a la viuda pobre nos deja avergonzados a quienes vivimos satisfechos en nuestro bienestar. Nosotros, tal vez, damos algo de lo que nos sobra, pero esta mujer que «pasa necesidad» sabe dar «todo lo que tiene para vivir» (Mc 12, 42). Cuántas veces son los pobres los que mejor nos enseñan a vivir de manera digna y con corazón grande y generoso.